Ya en mi primera vez que visité Berlin, me tuve que parar la primera vez que me topé con una de estas expendedoras de golosinas. Me pareció tan gracioso y entrañable que… no pude contenerme…
Tiene la altura perfecta para ser observado por una mirada infantil, pero por unos segundos, poder volver a retomar esa pequeña altura resulta simpático. Te puedes topar con una de estas pequeñas expendedoras de glucosa en el sitio mas inesperado, a la vuelta de una calle sin apenas circulación, perdida entre las ramas de un árbol que la camufla para él solo o en la última parada de cualquier linea de tranvía. Parecen estar puestas a consciencia en esos puntos peculiares.
Algo que en España no te lo puedes encontrar y mucho menos pedir que se respete.
Un pequeño majar al alcance de todos aunque sea buscando un momento en el que no mire nadie a tu alrededor y como un niño travieso introduzcas una moneda para obtener el deseado y dulce premio.
Como dice un refrán: ¿A quien le amarga un dulce?